Cruz de Fernando y Sancha
Cruz relicario de marfil formada
por la cruz propiamente y el crucificado, en cuya espalda está horadado un
receptáculo para albergar una reliquia de la “Vera Cruz”. La estructura de la
cruz latina rompe con la tradición hispana de cruces patadas de época visigoda
que pervive en siglos posteriores. El programa iconográfico se inspira en el
oficio de difuntos de la liturgia hispánica. Obra cumbre de la eboraria del
siglo XI puede fecharse entre 1050 y 1060. Formaba parte del tesoro donado por
los reyes de León y Castilla, Don Fernando y Doña Sancha. El tesoro estaba
compuesto por diversas preseas de orfebrería, frontales, coronas, arquetas
cruces, así como tierras y bienes inmuebles. La tradición de este tipo de
donativos regios se remonta a varios siglos antes; así ha de interpretarse la
cruz donada por el emperador bizantino Justino II (565-578) y su esposa Sofía a
la ciudad de Roma.
La cruz tiene las siguientes
inscripciones: anverso, parte superior de la cruz, en latín, IHC (sigma
abierta) NAZA/RENUS REX IUDEORUM. anverso, al pie de la cruz, en
latín, FERDINADUS REX /SANCHA REGINA.
Se trata de una donación del rey
Fernando I y su esposa Sancha documentada en el testamento de 17 de septiembre
de 1063 a
la colegiata de San Isidoro de León, lugar en el que se enterraron ambos reyes.
Ficha del catálogo del
Museo Arqueológico Nacional de Madrid
Cristo de Carrizo
El exquisito obrador medieval de marfiles de San Isidoro de León es el contexto de una de las piezas más sobresalientes de la Edad Media hispana, el conocido como “Cristo de Carrizo”. Pese a que su contraste con el crucificado de Fernando y Sancha (Museo Arqueológico Nacional de Madrid) evidencia un mayor expresionismo y desproporción anatómica en éste, así como una mayor evolución estilística, su impresionante aspecto deviene monumental a pesar de sus reducidas dimensiones. La cruz transparente permite ver su dorso plano, no labrado, y la existencia de receptáculos en el dorso, posiblemente para custodiar fragmentos del lignum crucis. Su carácter de relicario salva, así, una posible presunción de idolatría: uno no se postra ante un icono, sino ante la reliquia contenida en él. A finales del siglo XI estamos ante un paso más en la formalización de las figuras humanas; donde hasta ahora no había habido sino la cruz desnuda, empieza a aparecer un crucificado que, con el tiempo, se hará sufriente, humano.
El exquisito obrador medieval de marfiles de San Isidoro de León es el contexto de una de las piezas más sobresalientes de la Edad Media hispana, el conocido como “Cristo de Carrizo”. Pese a que su contraste con el crucificado de Fernando y Sancha (Museo Arqueológico Nacional de Madrid) evidencia un mayor expresionismo y desproporción anatómica en éste, así como una mayor evolución estilística, su impresionante aspecto deviene monumental a pesar de sus reducidas dimensiones. La cruz transparente permite ver su dorso plano, no labrado, y la existencia de receptáculos en el dorso, posiblemente para custodiar fragmentos del lignum crucis. Su carácter de relicario salva, así, una posible presunción de idolatría: uno no se postra ante un icono, sino ante la reliquia contenida en él. A finales del siglo XI estamos ante un paso más en la formalización de las figuras humanas; donde hasta ahora no había habido sino la cruz desnuda, empieza a aparecer un crucificado que, con el tiempo, se hará sufriente, humano.
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