14/6/16

Portadas



               La escultura monumental románica es una de las glorias del arte universal. Tiene presencia en variadas partes del edificio: capiteles, ménsulas, arquivoltas, canecillos, etc. Pero donde desarrolla todo su esplendor en las portadas, que ofrecen una sinfonía de escultura que no se puede ver reunida en ninguna otra parte del monumento. Es ahí donde el espacio permite grandes programas iconográficos, reunidos bajo el estímulo de la teología y la catequesis, que permiten adornar esa pared, a veces hasta formas excesivamente saturadas de imágenes, que se conectan y desconectan en el sentido simbólico, que tanto ha de caracterizar a la escultura del momento, Esa acumulación de figuras necesitó de un gran esfuerzo económico, pero a la vez teológico explicativo de lo que allí se representaba. Es por ello que no todas las iglesias puedan lucir ese abigarrado mundo escultórico, porque era caro, y no asequible a todas las economías parroquiales, de modo que las pequeñas iglesias volvían a su mundo de puertas decoradas y capiteles interiores, donde no se renunciaba a las formas e ideas que no podían lucir en sus portadas por falta de la economía pertinente. No se renunciaba a nada del mundo románico, sino que se aplicaba allá donde se podía, según las posibilidades de la parroquia.



               El Arte Románico ofrecerá, pues, las más bellas portadas de la historia del arte cristiano, como una de sus señas de identidad propias, pero es necesario aclarar la distinción entre puerta y portada, términos que parecen significar los mismo, pero que en el primer caso se refiere al vano de entrada a la iglesia, mientras que la segunda engloba a la puerta en su estructura más amplia, al extender su área de influencia por los muros laterales de la misma. Es conveniente hacer esta distinción, pues en ambos casos la intención del sistema decorativo expuesto varía considerablemente en su extensión.



               No todas las iglesias románicas lucieron esas flamantes portadas donde se alojaba una escultura de gran volumen y calidad, porque los períodos históricos en los diferentes artes se caracterizan por una progresión en sus distintas formaciones, desde lo más sencillo hasta lo más complicado, hasta decaer y transformarse después en otro tipo de estilo artístico. El Primer Arte Románico, de una cronología en torno al año 1000, carecía de ellas, ya que en esa primera etapa las puertas ofrecían sólo la lisa funcionalidad de la entrada. Tampoco todas las iglesias del Segundo Arte Románico, en los años de la segunda mitad del siglo XI, tuvieron portadas decoradas, porque la inmensa mayoría de ellas eran de una sola nave en el mundo rural, y carecían de proyectos de envergadura debido a la escasez de recursos, y a las reducidas posibilidades de las superficies de sus muros. Ni igualmente las iglesias no rurales se adornaban con esas flores, porque el fenómeno de las grandes fachadas decoradas con abundante escultura se introduce en territorio español una vez que el Segundo Arte Románico estuvo asentado, a finales del siglo XII, y por entonces la construcción de los edificios estaba o muy avanzada, o finalizada.



               Esa es precisamente la razón de que uno de los más emblemáticos edificios del románico español, la iglesia palentina de San Martín de Frómista, carezca de esa profusión escultórica en sus puertas, o de que la catedral de Jaca sólo adorne su fachada principal con un hermosísimo crismón y valiosas inscripciones, pero sin los adornos de una profusa decoración de imágenes que comprendiera toda su fachada. Otras serán las que se lleven la gloria de las grandes decoraciones. Aquellas que se levantaban en el momento en que se instalaba en nuestra tierra la moda de recubrir totalmente los muros anejos a la puerta. Hay que anotar que era una moda muy cara, por lo que aún pudiendo exhibir algunas hermosas portadas, no muchas podían afrontar tan grandes gastos.



               Se produce la inmersión en este mundo de plenitud escultórica a partir de la segunda mitad del siglo XII en construcciones románicas de muy alta consideración estética, o muchas veces como remedo a iglesias que querían mejorar la hermosura de sus antiguas puertas. El Camino de Santiago es un hermoso ejemplo de la aparición y profusión de las portadas románicas, como muestran las iglesias de Santa María la Real de Sangüesa, San Esteban de Sos del Rey Católico, San Miguel de Estella, San Salvador de Leyre, Santiago de Carrión de los Condes, la colegiata de San Isidoro de León, y la propia catedral de Santiago de Compostela, que recibieron la visita de hábiles artesanos instalando sus modelos en las fachadas principales de esos edificios.



               En ellas hacían convivir los programas teológicos con los profanos, en una demostración de que el mundo no estaba tan dividido, como trató de aparentar la crítica histórica. Allí podemos ver desde los clásicos tímpanos con la Maiestas Domini acompañada por el Tetramorfos, la condenación de réprobos, salvados, diferentes tipos de apostolados y escenas bíblicas, hasta una amplia nómina de los oficios de la época, como escenas de caza, leyendas transfonterizas, y presencia de animales monstruosos extraídos de los mitos del mundo antiguo, que se mezclaban con la fauna real del momento.



               Dar cohesión y explicación a todo lo allí expuesto es bastante complicado y frustrante en muchos casos. Pero no lo es la contemplación de ese abigarrado mundo que nos han dejado los escultores de esas fachadas como uno de los elementos más atractivos de las iglesias, de tal modo que cuando hacemos cientos de kilómetros para encontrarlas, nos compensa la distancia recorrida con la bella exposición de sus maravillas. Uno de los ejemplos más significativos es el de la iglesia de Santa María la Real de Sangüesa donde la fusión de esculturas hace que casi reborde el mismo marco de la portada, y se instalen en los muros adyacentes de la iglesia. Es allí donde se nota mejor el efecto de “portada”, porque la enormidad de sus dimensiones se ve completamente repleta de figuras que determinan variados conceptos de explicación. Hermoso es el apostolado del friso que aloja sus figuras en dos pisos de arquerías presidido en el centro por una Maiestas Domini con el Tetramorfo. Bello es el tímpano que preside Cristo redentor separando a los condenados de los salvados. Bajo su figura hay un nuevo apostolado presidido por la Virgen con Niño, como prefiguración de la Reina de los apóstoles después de la Ascensión de Cristo al cielo. Las enjutas de los arcos ofrecen un repertorio de escenas evangélicas, de caza, de monstruos, de condenación de la lujuria, y toda suerte de dibujos y animales propios de un bestiario medieval. Las arquivoltas están repletas de oficios, monjes, santos y animales. En las columnas de entrada las tres Marías se enfrentan a Judas que auto ajusticiado tiene el letrero de Mercator en su pecho.



               No debemos, ni podemos ir más allá en el análisis y la descripción de las otras portadas, o de sus significados dentro del Arte Románico nacional e internacional, porque no nos lo permite el espacio asignado. Pero si procede dictaminar la presencia y la belleza de este tipo de decoración de las puertas en nuestra tierra, que por la amplitud de sus desarrollos conviene llamar PORTADAS.


Francisco Javier Ocaña Eiroa



Fachada de Platerías. Catedral de Santiago




Tímpano izquierdo


Tímpano derecho

Santiago, Cristo, David, Maiestas (de izquierda a recha)


Santiago


David


La mujer adúltera


Abraham


Centauro y sirena



Ángel trompetero


Santa María la Real. Sangüesa. Navarra






























San Miguel de Estella. Navarra
 
























San Salvador de Leyre. Navarra

























Colegiata de San Isidoro. León
 


















Iglesia de Santiago. Carrión de los Condes. Palencia
 

















San Pedro de Moarves. Alto Campóo. Palencia














No hay comentarios:

Publicar un comentario