A la catedral de Santiago le ocurre lo mismo que a la ciudad: son hijas
de la peregrinación. Sin ella no existirían, no habría realidad física de su
monumentalidad, ni de su habitabilidad. No se consolida con el fenómeno
peregrinatorio, sino que nace con él, porque todo surge de una tumba, de un enterramiento
apostólico que motiva todos los acontecimientos posteriores. En ese
enterramiento, según la tradición, estaba oculto el cuerpo del apóstol
Santiago, y por consiguiente la historia no empieza en Compostela sino en
Palestina, según informa el evangelio de san Marcos 1, 19-21 “Y continuando un poco más allá, vio a
Santiago, el del Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban también remendando
sus redes en la barca, y los llamó. Ellos luego dejando a su padre Zebedeo en
la barca con los jornaleros. se fueron en pos de El” Para más tarde
confirmar en los Hechos de los Apóstoles 12, 1-3 su decapitación “Por aquel tiempo, el rey Herodes echó manos
a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Dio muerte a Santiago, hermano de
Juan, por la espada” Se convierte de ese modo en el primer mártir
apostólico, dato que ha de resaltar mucho la tradición, comenzando todo tipo de
leyendas.
Después habría de venir el hallazgo del cuerpo del Apóstol en un edículo
sepulcral de factura romana. Dato que se le comunica al rey Alfonso II el Casto
(c. 760-842), que construye la primera iglesia compostelana, de una sola nave,
con resguardo en la cabecera del edículo del descubrimiento. La importancia del
hallazgo y la consolidación de la peregrinación, hizo que otro rey asturiano
Alfonso III el Magno (c. 852-910) construyera una segunda edificación, sobre la
anterior, con amplitud de tres naves e igualmente resguardado el edículo en la
cabecera. La basílica actual románica se debe al rey Alfonso VI (c.
1040/41-1109) debido a la internacionalización del Camino de Santiago, que
atraía a peregrinos de toda Europa.
La última iglesia, la de Alfonso VI, levantó su estructura en el marco
del estilo del momento: el arte románico, entre los años 1075 y 1211. Se
concibió como una gran obra de cruz latina, con deambulatorio (girola) y
cripta, un gran crucero, tres naves muy largas, tribuna sobre las naves
laterales, dos enormes torres flanqueando la fachada, y tres entradas con
decoración de la época. Es una iglesia martirial, por tener las reliquias de un
santo, apóstol y mártir , el primero del colegio apostólico, y por
consiguiente: templo y tabernáculo. Tiene un desarrollo muy funcional, con gran
multiplicación de capillas en la girola y el crucero para realización de misas,
grandes naves para circulación fluida de los fieles, con la posibilidad de
rodear la tumba del santo, y hasta 9 puertas para entrada y desalojo. Resulta
un fruto feliz de los nuevos ensayos arquitectónicos en la arquitectura
románica, síntesis de tipologías novedosas, que dan solución a las grandes
aglomeraciones y novedades de culto.
Poco le duró a la catedral románica su integridad estructural (en negro
en el plano de Conant). Su planta fue fruto de tempranas y tardías
modificaciones, al calor de nuevas piedades y ansias constructivas de su
Cabildo, pero sobre todo de la presión que ejercieron las modernidades de las
nuevas tendencias artísticas, que absorbieron y ampliaron la planimetría
románica con añadidos un todas las partes de la antigua plante de cruz latina.
De tal modo que hoy se reconoce su esqueleto, pero muy desdibujado a causa de
lo anteriormente dicho. Todo empezó tras la consagración y acabado definitivo
de la catedral. Prueba de ello es la girola o deambulatorio y el crucero, donde
sólo quedan incólumes la capilla axial, del Salvador, y la capilla poligonal de
Santa Fe, en la cabecera y la capilla de San Nicolás en el crucero, aunque perforada para dar paso a la
Corticela.
Cierto que el gótico hizo acto de presencia en sus distintas etapas en
la cabecera con algunas capillas y modificaciones de creaciones de sacristías
en obra románica (en rojo en el plano de Conant). Pero el paso más importante
en las aportaciones fue obra, fundamentalmente, de los artes renacentista y
barroco (en amarillo en el mismo plano), que consideraban al románico como un
arte bárbaro y empobrecedor. Mucho tuvo que ver con ello la llegada a Santiago
del canónigo madrileño José Vega Verdugo, nombrado por el Papa Inocencio X, y
que permaneció en la ciudad desde el año 1649 hasta el año 1672. Fue su gran
personalidad y capacidad de convencimiento lo que motivo que las modas
artísticas europeas del siglo XVII pudieran tener realidad en la sede compostelana.
Al ocupar el cargo de canónigo fabriquero, desde 1658 a 1672, tuvo más fácil de
cumplir su labor innovadora, escribiendo un largo Informe sobre las obras en la catedral de Santiago, que presentó al
Cabildo para su aprobación, con excelentes dibujos de cómo estaba la catedral,
y cómo proponía él que quedase. Su propuesta fundamental era la de rodear todo
el perímetro de la catedral de un muro, donde se habían de instalar las
novedades del siglo XVII. Fue así como llegaron a término las grandes obras
catedralicia que sorprenden por su novedad y majestuosidad, como el baldaquino
de la Capilla Mayor del templo, donde trabajaron los escultores Francisco de
Antas Franco y Bernardo Cabrera, junto con Pedro de la Torre, escultor y
arquitecto, para acabar la obra en manos de Domingo de Andrade. El muro de la
Quintana ofrecía según su Informe “una
mala puerta escondida en una esquina, y unas catorce o quince tejadillos con
capillas de horno”. Su proyecto era construir un muro, lo suficientemente
alto, con pináculos finalizadores que comenzaría en la Torre del Reloj, obra
del arquitecto José Peña de Toro, siguiendo el Pórtico Real de Quintana,
encargado a Antonio Domingo de Andrade, que lo realiza entre los años 1696 a
1700. Acabaría reconstruyendo la Puerta Santa, con más apóstoles y profetas del
coro de Mateo, finalizando la obra del muro en la apertura en la parte superior
de la plaza de la Puerta de los Abades. Inició las reformas en el Obradoiro
creando una nueva fachada barroca, iniciada por el arquitecto Peña de Toro, que
finaliza otro gran arquitecto Francisco de Casas y Novoa, que fue designado
maestro de obras de la catedral en 1711, consiguiendo acabar la obra pendiente
de Peña de Toro en el año 1750. Antes habría acabado la obra inconcusa de Domingo
de Andrade en la girola, la capilla del Pilar, que había sido encargada por el
arzobispo Monroy, haciendo desaparecer la capilla románica existente, y dos del
crucero.
Hay otras obras insignes fuera de la cronología románica, como son la
Capilla de la Comunión, en el muro norte, fundada por Lope de Mendoza en 1451,
siendo acabado en su actual estilo neoclásico por el arquitecto Miguel Ferro Caaveiro en el
siglo XVIII. Al lado está la capilla del Santo Cristo de Burgos, finalizada por
el arquitecto Melchor Velasco y Agüero en 1665.
Resulta imposible atender a las 15 capillas de la catedral, por lo que
nos hemos referido sólo a algunas de ellas en nuestro reportaje fotográfico, y
así comprender la frase de don Claudio Sánchez Albornoz cuando citaba a la catedral
de Santiago como “joya románica en
estuche barroco”, afirmando el origen de la obra que habría de culminar en
el grandioso Pórtico de la Gloria del Maestro Mateo, y sus
transformaciones posteriores,,así como la inmensa riqueza del museo catedralicio.
Francisco Javier Ocaña Eiroa
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