La
iglesia de San Clemente de Tahull se encuentra en el valle de Boí, en la
provincia de Lérida, al abrigo de los Pirineos catalanes. Es una pequeña
iglesia de planta basilical con tres naves que empiezan, o finalizan, en tres
ábsides semicirculares, más desarrollado el central, con tramo recto y
semicircular. La fachada principal carece de cualquier decoración, siendo lisa
en toda su extensión. En su flanco sur se levantada una torre cuadrada exenta.
Tiene cinco pisos con ventanas simples, o de doble y triple luz, separadas por
un parteluz en forma de ligera pilastra, con decoración de arquillos ciegos y
dientes de sierra que se extienden a modo de imposta por todo el contorno. Se
levanta sobre un grueso zócalo liso.
Pertenece
su estilo al mundo románico en su apartado de Primer Arte Románico (950-1075), término
que fue creado por el investigador catalán Puig i Cadafalch a principios del
siglo XX, tratando de sustituir al común de “arte lombardo”, porque hacía
relación al centro de nacimiento de este arte, y no todo el mundo estaba de
acuerdo en esa denominación, por encadenar toda la creatividad a esa región del
norte de Italia. Será la primera
arquitectura románica peninsular, que comienza su andadura por los condados
catalanes, libres de la dominación musulmana. Son, en general, edificios
sencillos, pequeños, baratos en la construcción, repetidos de una forma
seriada, de naves rectangulares con cubiertas de madera, con un solo ábside semicircular.
Están caracterizados por un tipo de aparejo que hasta hace muy poco tiempo
tenía la denominación de “aparejo lombardo”, cuya formación consiste en piedras
pequeñas, planas en muchos casos, cortadas a martillo, sin traza igual y sin
desbastar ni pulir. Es un aparejo adecuado para la época en la que se
desarrolla, de fácil manejo por no requerir localizaciones de canteras lejanas
y costosas, popular porque está en sintonía con lo vernáculo del territorio, y
rápido porque no lleva mucho tiempo su construcción. . Era algo más que una
casa y menos que una catedral. La tosquedad era sólo aparente pues hay que
considerar la decoración de los muros a base de arquillos ciegos en las partes
superiores, fajas verticales que proporcionaban espacios rectangulares en el
paramento, nichos superiores que proporcionaban a la iglesia un efecto de claro
oscuro, y una apariencia de buena plástica de respetable volumen, con frisos
decorativos de dientes de sierra y de engranaje, como sucede en San Clemente de
Tahull, donde no aparece más decoración que la puramente estructural, pues las
puertas, ventanas y columnas carecen de la clásica decoración vegetal o
historiada que ha de aparecer en el Segundo Arte Románico (1075-1150) en el
resto del mundo románico.
Pero
la iglesia no debe su fama a la arquitectura, que por otra parte es inercial,
según indica un epígrafe en una de las columnas interiores que cita la fecha de
su consagración en 1123 y a su consagrante, muy alejada del período románico
inicial, cuando ya se había construido el crucero de la catedral de Santiago, o
la iglesia de Silos y prácticamente todo su claustro, o se había acabado San
Martín de Frómista, y la catedral de Jaca estaba muy avanzada, junto con la de
Pamplona que se había comenzado en 1100. Todas ellas obras insignes del período
románico siguiente. Su notoriedad se debe a las pinturas interiores, que son un
referente mundial en cuanto a pintura mural se refiere.
Las
Pinturas eran decoración que cubría los ábsides, de mayor extensión y calidad
las del central. Fueron arrancadas de su lugar de origen como medio de
preservación en una campaña de compra, arranque y traslado entre los años 1920
y 1923. El destino fue la ciudad de Barcelona, donde hoy están magníficamente
expuestas en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, el mejor museo mundial de
pintura románica.
Lo
conservado del ábside central ha representado siempre un asombro constante de
quienes se ponen delante de la obra, debidamente adecuado su espacio a las
formas semicirculares que había en la antigua iglesia. Se trata de un conjunto
dominado por la representación de una bellísima Maiestas Domini encerrada por
la mandorla mística, que bendice en forma trina con la mano derecha, y con un
libro abierto en la mano izquierda con la leyenda “Ego sum lux mundi”.
Pertenece al género evangélico de las apariciones. Representa la anunciación de
un nuevo mundo, de un cántico nuevo, que el Apocalipsis de San Juan promete
tras la llegada de Cristo, realizada ya su Redención, (Apoc. 1,7): “...Mirad
cómo viene entre las nubes ...”, La formulación iconográfica estará en base a
los relatos apocalípticos, de tanta influencia en la historia del Arte
Románico. En su narración se describe como Cristo desciende a la tierra para
después instalarse entre los humanos y juzgarlos según sus obras en el final de
los tiempos. Es cuando la visión de Juan hace hincapié en el carácter estático
de su majestad (Apoc.4,2-8).” ...Al instante fui arrebatado en espíritu, y vi
un trono colocado en medio del cielo, y sobre el trono uno sentado …” Es la
visión clara de la majestad de Dios sentado sobre el trono del universo, en la
gloria celestial, a manera de rey soberano. que se presenta para juzgar a los
hombres, dando fe de la grandeza divina, que es el principio y el fin de todos
los tiempos.
A su
lado está el Tetramorfos. Son las figuras de los cuatro evangelistas que rodean
el trono de Dios. Acompañan a su imagen como notarios neotestamentarios de la
palabra de Dios. A través de la historiografía del Arte Románico son
representados como figuras de animales, como hombres, o combinación de ambos.
Su relación totémica animal es aportada por los distintos textos apocalípticos
(Apoc, 4,7) “... semejante a un león ... semejante a un toro ... semblante como
de hombre ... semejante a un águila voladora ...”. En las esquinas los
serafines de seis alas, testimonian y certifican la labor santificadora de todo
el acontecimiento.
Bajo
esta escena, y en forma horizontal organizada bajo arquerías, aparecen una
serie de figuras que representan a la Iglesia, concretada en el colegio
apostólico que preside María, como reina de los apóstoles, que porta en su mano
izquierda un cáliz con la sangre de Cristo, que vendría a significar el
testimonio de su Redención. Sólo nos quedan unas cuantas imágenes de este
grupo, que sería mucho más grande y se extendería por los lados rectos del
ábside, pero del que en la actualidad sólo se han conservado las figuras de María
y Barlomé en el la izquierdo, y las de Juan y Santiago en el lado derecho.
En la
bóveda se exhiben atributos de la divinidad de Cristo: el Cordero degollado y
la Dextera Domini. El Agnus Dei, el Cordero de Dios, vino a figurar la
inmolación por antonomasia. La mayor relación del cordero con Cristo ocurre en
el Apocalipsis de San Juan, donde se expresa su concordancia como símbolo de la
inmolación del Redentor en asociación zoomorfa muy repetida. Más de veintinueve
veces aparece denominado como tal en el libro joánico. La Dextera Domini, o mano
del Señor. aparece como representación de una mano derecha que recoge en su
palma los dedos anular y meñique. Está inscrita en un círculo, como alusión a
la perfección del movimiento continuo que significa la divinidad, sin principio
ni fin. Es el símbolo del poder fáctico de Dios Padre que muestra su autoridad
en forma de mano, la de su omnipresencia todopoderosa, detentadora del poder
por excelencia.
Independientemente
del mensaje teológico que se trata de comunicar, lo que más sorprende al
espectador es la belleza de las imágenes, que por medio de la pintura forman un
conjunto único en el mundo románico. La severidad de los rostros que miran de
frente comunican la sensación de interrelación con quien los observa, de modo
que el visitante observa, pero se siente observado por esas figuras que,
vestidas con elegantes ropajes talares nos adentran en el universo mágico de la
comunicación. Eso se produce en un ámbito lleno de colorido, que con una paleta
simple de colores: azul, rojo y amarillo, con las variedades de sus respectivas
tonalidades, provoca una sensación de plenitud, que muy pocas veces puede
contemplarse. El autor ha conseguido un efecto espléndido de atención luciendo
una gama muy rica de vestiduras, con magníficos pliegues organizados
verticalmente, con los bordes de las túnicas luciendo perlados de diferentes
colores, en la dificultad que supone pintar sobre una capa de mortero húmedo,
sin la posibilidad de corrección una vez que se haya secado. Es una técnica de
impresión rápida que hay que dominar y pensar antes de realizarla, para no
estropear toda la obra con pinceladas fuera de línea y color. Las pinturas de
Tahull nos ofrecen la posibilidad de entender y comprender lo que era el
universo medieval: docencia y creencia, como seña de identidad que se extendía
también a la obra escultórica, no en esta iglesia, y que lamentablemente no
podemos seguir analizando por lo corto que debe ser el espacio destinado a la
conveniente entrada al reportaje fotográfico, que habla por sí mismo de esa
belleza con la que habríamos el párrafo.
Francisco
Javier Ocaña Eiroa
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