La
fachada de Platerías y su puerta son, quizás, uno de los elementos más
importantes y más representativos de la escultura y arquitectura de la
catedral, y del románico español. Es uno de los frentes del crucero, el sur,
que actualmente da a la plaza del mismo nombre. La catedral tenía, nominalmente, tres
fachadas: la de Azabachería (norte), la de Platerías (sur), y la del Obradoiro
(oeste). Pero de hecho sólo se construyeron dos: la de Azabachería y la de
Platerías.
La antigua fachada de Platerías, la
románica, tenía tres calles de dos pisos separados por contrafuertes. Un cuerpo
central con puerta de dos entradas: cuatro hojas, dos para cada puerta. Poseía abundante
escultura, tanto en las partes bajas de las columnas, capiteles y tímpanos,
como en el amplio friso que dominaba toda la parte superior. Sobre el friso
corría un alero de canecillos. Por encima de ellos ventanas de tipo completo con
arcos pentalobulados. En la parte superior se sitúa el alero propiamente del
tejado. Las calles laterales poseían ventanas de tipo completo, las superiores
descentradas del eje del paño. En los extremos de la fachada había torretas
esquinales, de sección circular y cónica en la parte superior, con formación de
un gran contrafuerte de esquina o estribo en la parte inferior, de gran sección
exterior.
Todo el conjunto sufrió una enorme
serie de variaciones, primero con la colocación de un almenado, que produjo la desaparición
del alero de la fachada y la elevación del paño, con la creación de un paseo de
ronda tras los merlones. Después debió realizarse la decoración de las ventanas
del cuerpo central, que consistió en superponer a la decoración original otra
de la época, de cronología y traza decorativa del Maestro Mateo, cronología
estaría más en el orden de finales del siglo XII y XIII. Más tarde se comenzó,
en época del arzobispo Rodrigo del Padrón, muerto en 1346, el cubo gótico
acabado por su sucesor Berenguel de Landoria. El cuerpo superior, fue finalizado
por el arquitecto Antonio Domingo de Andrade, que lo construyó entre 1676 y
1680.
Con respecto a la escultura podemos
ratificar lo que otros autores han certificado como un exponente de la
acumulación de esculturas, que, con propia identidad, proceden de muchos otros
puntos y talleres de la Catedral. En opinión de Focillón “… las figuras del friso parecen estar suspendidas en la pared como en
un museo lapidario de provincias …”, o en la de Porter “… ningún orden se puede ver en la composición del conjunto...”
La cuestión radica en que la fachada
de Azabachería fue totalmente transformada en el siglo XVIII. En una reunión
del Cabildo del 17 de diciembre de 1757 se decide encargar a Ferro Caaveiro la
consecución del cambio de la fachada norte. La fachada de Azabachería debía
tener el mismo concepto de diseño que la de Platerías. La desaparición de toda
la fachada fue un hecho consumado que hizo desaparecer cualquier vestigio de
origen románico. La arquitectura desapareció totalmente. La escultura siguió,
la mayor parte de ella el mismo camino, aunque muchas de sus figuraciones
fueron trasladadas a Platerías y reubicadas como buenamente creyeron los que lo
hicieron.
Nos queda la descripción que de
ambas fachadas hace el Códice Calixtino, donde el compilador del texto recoge
las pretendidas realidades de la catedral en el momento de la elaboración del
texto, en la primera mitad del siglo XII. De la exactitud de sus descripciones
se ha dudado mucho en los últimos años, y se ha considerado que mezcla la
realidad de lo visto, con la fantasía de lo aportado personalmente. De la
mezcla que supone hoy la fachada de Platerías no se puede dudar, pero tampoco
del valor de las piezas que allí está, ya sea procedentes del traslado
referido, así como las originales del lugar.
Allí están las efigies de la
Maiestas Domini, de unas posibles figuras del Tetramorfos, de la reconvención
del pecado de Adán y Eva en placas diferentes, de la expulsión del Paraíso, Así
como de una Anunciación, procedente de Azabachería, según refleja el códice
citado. En el museo se pueden observar posibles figuras de un mensario, y otras
de un centauro asaetando a una sirena en el friso. De los feroces leones del
texto aparecen sólo uno, aparte de los que acompañan al crismón en la parte
baja central. Allí aparecen apóstoles en dos formaciones diferentes de tamaño y
estilo, así como profetas, que, desaparecidos de la puerta norte, tienen
representación en esta sur.
Los tímpanos gozan de una especial
atención del relator, donde trata de abarcar todo el sentimiento teológico
posible. Es uno de los apartados que hoy ofrece más dificultades para su
interpretación, tanto teológica como figurativa, y presencial. En el relato olvida
algunas figuras que acompañan a las escenas principales, omisión que ha de
repetir también en el otro tímpano. Destaca sobre todo, una figura emblemática
antes, y a través de todos los siglos: la mujer adúltera, que es condenada a
besar dos veces al día la calavera de su amante.
El friso lo preside en parte central
una figura de Cristo (de época posterior) acompañado de la imagen de Santiago a
su derecha, y de otras figuras menores. Del mismo modo hay una representación
de la Transfiguración del Monte Tabor, con la presencia de Abraham, que no
estuvo presente, y de Moisés en su parte baja, pero que certifica la placa bajo
inscripción presente.
Una de las figuras más importantes
de la fachada, reconocida internacionalmente como una gran obra de arte, es la
figura del rey David. Está colocada en el muro occidental de la entrada. El
Códice Calixtino la omite clamorosamente en su enumeración de esculturas, tanto
de Azabachería como de Platerías. Está esculpido a modo de salmista regio, con
fídula, coronado, entronizado en silla curul, vencedor del mal por sumisión de
sus enemigos a sus pies, y por la piel de león que subyace bajo él. Es un
soberbio ejemplar, lleno de personalidad y mundo románico en la concepción de
sus vestiduras, rostro, trono, aportando una opción mayestática, como
correspondía su importancia en el mundo antiguo. Su figura nos sirve para
abandonar, sorprendidos, la belleza de la portada, a pesar de los cambios
sufridos.
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