La escultura monumental románica
es una de las glorias del arte universal. Tiene presencia en variadas partes
del edificio: capiteles, ménsulas, arquivoltas, canecillos, etc. Pero donde
desarrolla todo su esplendor en las portadas, que ofrecen una sinfonía de
escultura que no se puede ver reunida en ninguna otra parte del monumento. Es
ahí donde el espacio permite grandes programas iconográficos, reunidos bajo el
estímulo de la teología y la catequesis, que permiten adornar esa pared, a
veces hasta formas excesivamente saturadas de imágenes, que se conectan y
desconectan en el sentido simbólico, que tanto ha de caracterizar a la
escultura del momento, Esa acumulación de figuras necesitó de un gran esfuerzo
económico, pero a la vez teológico explicativo de lo que allí se representaba.
Es por ello que no todas las iglesias puedan lucir ese abigarrado mundo
escultórico, porque era caro, y no asequible a todas las economías
parroquiales, de modo que las pequeñas iglesias volvían a su mundo de puertas
decoradas y capiteles interiores, donde no se renunciaba a las formas e ideas
que no podían lucir en sus portadas por falta de la economía pertinente. No se
renunciaba a nada del mundo románico, sino que se aplicaba allá donde se podía,
según las posibilidades de la parroquia.
El Arte Románico ofrecerá, pues,
las más bellas portadas de la historia del arte cristiano, como una de sus
señas de identidad propias, pero es necesario aclarar la distinción entre
puerta y portada, términos que parecen significar los mismo, pero que en el
primer caso se refiere al vano de entrada a la iglesia, mientras que la segunda
engloba a la puerta en su estructura más amplia, al extender su área de influencia
por los muros laterales de la misma. Es conveniente hacer esta distinción, pues
en ambos casos la intención del sistema decorativo expuesto varía
considerablemente en su extensión.
No todas las iglesias románicas
lucieron esas flamantes portadas donde se alojaba una escultura de gran volumen
y calidad, porque los períodos históricos en los diferentes artes se
caracterizan por una progresión en sus distintas formaciones, desde lo más
sencillo hasta lo más complicado, hasta decaer y transformarse después en otro
tipo de estilo artístico. El Primer Arte Románico, de una cronología en torno
al año 1000, carecía de ellas, ya que en esa primera etapa las puertas ofrecían
sólo la lisa funcionalidad de la entrada. Tampoco todas las iglesias del Segundo
Arte Románico, en los años de la segunda mitad del siglo XI, tuvieron portadas
decoradas, porque la inmensa mayoría de ellas eran de una sola nave en el mundo
rural, y carecían de proyectos de envergadura debido a la escasez de recursos,
y a las reducidas posibilidades de las superficies de sus muros. Ni igualmente
las iglesias no rurales se adornaban con esas flores, porque el fenómeno de las
grandes fachadas decoradas con abundante escultura se introduce en territorio
español una vez que el Segundo Arte Románico estuvo asentado, a finales del
siglo XII, y por entonces la construcción de los edificios estaba o muy
avanzada, o finalizada.
Esa es precisamente la razón de
que uno de los más emblemáticos edificios del románico español, la iglesia
palentina de San Martín de Frómista, carezca de esa profusión escultórica en
sus puertas, o de que la catedral de Jaca sólo adorne su fachada principal con
un hermosísimo crismón y valiosas inscripciones, pero sin los adornos de una
profusa decoración de imágenes que comprendiera toda su fachada. Otras serán
las que se lleven la gloria de las grandes decoraciones. Aquellas que se
levantaban en el momento en que se instalaba en nuestra tierra la moda de
recubrir totalmente los muros anejos a la puerta. Hay que anotar que era una
moda muy cara, por lo que aún pudiendo exhibir algunas hermosas portadas, no muchas
podían afrontar tan grandes gastos.
Se produce la inmersión en este
mundo de plenitud escultórica a partir de la segunda mitad del siglo XII en
construcciones románicas de muy alta consideración estética, o muchas veces
como remedo a iglesias que querían mejorar la hermosura de sus antiguas
puertas. El Camino de Santiago es un hermoso ejemplo de la aparición y
profusión de las portadas románicas, como muestran las iglesias de Santa María la Real de Sangüesa, San Esteban
de Sos del Rey Católico, San Miguel de Estella, San Salvador de Leyre, Santiago
de Carrión de los Condes, la colegiata de San Isidoro de León, y la propia
catedral de Santiago de Compostela, que recibieron la visita de hábiles
artesanos instalando sus modelos en las fachadas principales de esos edificios.
En ellas hacían convivir los
programas teológicos con los profanos, en una demostración de que el mundo no
estaba tan dividido, como trató de aparentar la crítica histórica. Allí podemos
ver desde los clásicos tímpanos con la Maiestas Domini
acompañada por el Tetramorfos, la condenación de réprobos, salvados, diferentes
tipos de apostolados y escenas bíblicas, hasta una amplia nómina de los oficios
de la época, como escenas de caza, leyendas transfonterizas, y presencia de
animales monstruosos extraídos de los mitos del mundo antiguo, que se mezclaban
con la fauna real del momento.
Dar cohesión y explicación a todo
lo allí expuesto es bastante complicado y frustrante en muchos casos. Pero no
lo es la contemplación de ese abigarrado mundo que nos han dejado los escultores
de esas fachadas como uno de los elementos más atractivos de las iglesias, de
tal modo que cuando hacemos cientos de kilómetros para encontrarlas, nos
compensa la distancia recorrida con la bella exposición de sus maravillas. Uno
de los ejemplos más significativos es el de la iglesia de Santa María la Real de Sangüesa donde la
fusión de esculturas hace que casi reborde el mismo marco de la portada, y se
instalen en los muros adyacentes de la iglesia. Es allí donde se nota mejor el
efecto de “portada”, porque la enormidad de sus dimensiones se ve completamente
repleta de figuras que determinan variados conceptos de explicación. Hermoso es
el apostolado del friso que aloja sus figuras en dos pisos de arquerías presidido
en el centro por una Maiestas Domini con el Tetramorfo. Bello es el tímpano que
preside Cristo redentor separando a los condenados de los salvados. Bajo su
figura hay un nuevo apostolado presidido por la Virgen con Niño, como
prefiguración de la Reina
de los apóstoles después de la
Ascensión de Cristo al cielo. Las enjutas de los arcos ofrecen
un repertorio de escenas evangélicas, de caza, de monstruos, de condenación de
la lujuria, y toda suerte de dibujos y animales propios de un bestiario
medieval. Las arquivoltas están repletas de oficios, monjes, santos y animales.
En las columnas de entrada las tres Marías se enfrentan a Judas que auto
ajusticiado tiene el letrero de Mercator en su pecho.
No debemos, ni podemos ir más
allá en el análisis y la descripción de las otras portadas, o de sus significados
dentro del Arte Románico nacional e internacional, porque no nos lo permite el
espacio asignado. Pero si procede dictaminar la presencia y la belleza de este
tipo de decoración de las puertas en nuestra tierra, que por la amplitud de sus
desarrollos conviene llamar PORTADAS.
Francisco Javier Ocaña Eiroa
|
Fachada de Platerías. Catedral de Santiago |
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Tímpano izquierdo |
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Tímpano derecho |
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Santiago, Cristo, David, Maiestas (de izquierda a recha) |
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Santiago |
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David |
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La mujer adúltera |
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Abraham |
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Centauro y sirena |
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Ángel trompetero | | | |
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Santa María la Real. Sangüesa. Navarra |
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San Miguel de Estella. Navarra |
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San Salvador de Leyre. Navarra |
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Colegiata de San Isidoro. León |
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Iglesia de Santiago. Carrión de los Condes. Palencia |
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San Pedro de Moarves. Alto Campóo. Palencia |
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